El cáncer, la infertilidad o la
Sensibilidad Química múltiple son algunas de las patologías que más crecen a
causa del abuso de los tóxicos | Afectados piden que se creen unidades
específicas para atenderlos | El Parlamento Europeo estudia aceptarla como
enfermedad
Salud | 25/06/2012 - 00:17h
Lorena Ferro / Raquel Quelart
Cristo Bejarano pasó por un “calvario” hasta ser
diagnosticada. Tiene, entre otras patologías, sensibilidad química múltiple
(SQM) y vive recluida en su casa sin colonias ni detergentes. Elena Ferrer
madruga cada mañana para acercarse al mar a respirar aire puro. Es el único
momento del día en que se puede permitir el lujo de estar en el exterior sin
mascarilla. Las consultas médicas atienden cada vez más casos como el de Cristo
y Elena. La previsión es que la incidencia de este síndrome se incremente en
los próximos años si no se toman medidas preventivas. La preocupación ha
llegado al Parlamento Europeo a través de una iniciativa, que apoyan varios
europarlamentarios, para conseguir que la SQM sea reconocida como enfermedad,
tal como ya ha ocurrido en Alemania, Austria, Francia y Luxemburgo.
Actualmente, la Organización Mundial de la Salud (OMS) la considera “un
síndrome”.
No es un secreto, vivimos rodeados de tóxicos, pero lo que
mucha gente desconoce es que productos tan cotidianos, como perfumes,
desodorantes y zapatos, en algún grado pueden ser nocivos para la salud, según
los expertos. Bisfenol A, ftalatos, retardantes de llama, metales pesados,
alquilfenoles, disolventes, forman parte de la larga lista de sustancias que
han conseguido llegar a la sangre de la mayoría de los ciudadanos.
Este
fenómeno ha contribuido a incrementar la tasa de cáncer entre la
población y de otras enfermedades ambientales, como asma, alergias y el
síndrome de sensibilidad química múltiple. “Prácticamente el 100% de los
habitantes de los países occidentales (...) tenemos en nuestros cuerpos
concentraciones de numerosos compuestos tóxicos peligrosos como el
hexaclorobenceno, el lindano, los PCB’s, y otros muchos”, alerta el Presidente
del Fondo para la Defensa de la Salud
Ambiental, Carlos de Prada, que también es autor de los libros La
epidemia química (ediciones i) y Anti-tóxico (Espasa).
No hace
falta vivir en una ciudad con altos índices de polución o trabajar en una
fábrica que contamine, ya que muchos de los compuestos más peligrosos están
incorporados en productos que acaban en el hogar. Según explica de Prada, los
tóxicos presentes en pinturas, plásticos o pesticidas “van integrándose” en el
polvo doméstico y al final “se acaban respirando”. Por otro lado, algunos
productos de aseo también pueden contener sustancias nocivas para la salud,
como los parabenes –presentes, por ejemplo, en desodorantes y cremas para la
piel- o los ftalatos, que pueden tener efectos de alteración hormonal y que se
pueden encontrar, incluso, en fragancias, como denuncia este estudio de
Greenpeace.
Entre los productos más problemáticos están los
organofosforados, un grupo de químicos usados como plaguicidas artificiales
aplicados para controlar las poblaciones de insectos. Hace una década su uso
estaba todavía más extendido que en la actualidad.“Se habían llegado a fumigar
panaderías con clientes dentro”, explica el doctor del Hospital Clínic Joaquim
Fernández-Solà, especialista en Sensibilidad Química Múltiple. Incluso, ha
sucedido en centros sanitarios, como el CAP Tàrraco, donde se intoxicaron en
octubre de 2003 diversos trabajadores. “Por suerte, hay una legislación que ha
regulado la manera de hacer las desinfecciones, que no se pueden efectuar en presencia
de personas”. Aún así, asegura que todavía “hay comercios que fumigan una hora
antes de que entren los clientes”.
Las consecuencias de vivir entre
tóxicos
Los efectos derivados de esta contaminación no son predecibles por
la cantidad asimilada de tóxicos. “Es una lotería”, puntualiza Carlos de Prada.
Pero es un factor de riesgo. La contaminación química cotidiana es una de las
principales causas del cáncer, enfermedades autoinmunes, alergias, asma,
parkinson, problemas cognitivos en niños, diabetes e infertilidad, entre otros
problemas. En este sentido, el Institut Marquès publicó un estudio en el
2004 sobre la calidad del esperma de los españoles. El trabajo llegó
a la conclusión que un 58% de los jóvenes tiene una calidad anormal por la
contaminación industrial. Otros institutos de fertilidad en España han mostrado
su inquietud al respecto. Un ejemplo son las declaraciones de Simón Marina,
representante del Instituto Cefer, en la presentación de un estudio el 2007.
Advirtió que “de seguir al mismo ritmo, en el año 2067 todos los
espermatozoides serían inmóviles”.
Pero, ¿es posible evitar las sustancias
tóxicas? Carlos de Prada considera que “hay alternativas a casi todo” y que se
pueden reducir los factores de riesgo mediante el consumo de productos
ecológicos o el uso de productos de limpieza respetuosos con el cuerpo humano.
Sin embargo, afirmar que una vida sin tóxicos es posible es casi una utopía.
“En muchos casos el tóxico no aparece ni en la etiqueta de los productos”,
señala Carlos de Prada. Pero, ¿por qué si un compuesto puede ser nocivo para la
salud está a la venta? “Menos de un 1% de las sustancias que el hombre ha
producido (…) han sido debidamente estudiadas acerca de sus posibles riesgos”.
El efecto cóctel también preocupa a los expertos: “No hay ningún modelo que
haya tenido en cuenta el conjunto a la exposición de tóxicos”, comenta Joaquim
Fernández-Solà.
El creciente número de afectados por los tóxicos
La
sensibilidad química múltiple se inicia en la mayoría de casos por una
exposición intensa a una sustancia tóxica, por ejemplo, un pesticida. El
organismo reacciona frente al contaminante y al final la persona se ve incapaz
de exponerse a ningún producto químico. “Hay un aumento exponencial de casos en
los últimos diez años”, afirma Fernández Solà, y añade: “El principal problema
es que va en incremento y que no somos conscientes de que se tiene que hacer
algo”. Se calcula que un 1% de la población es sensible a productos químicos y
que los casos graves serían una decena parte de este porcentaje.
Cristo Bejarano (Huelva, 1951) tiene fibromialgia,
fatiga crónica, electrosensibilidad y sensibilidad química múltiple (SQM)
–afección que también padece la mayor de sus cinco hijos. Lleva años
conviviendo con SQM pero hace un lustro que prácticamente no sale de casa. No
tolera los tóxicos, tiene problemas de riego, se desorienta y se pierde cuando
va por la calle y no puede cocinar sola porque puede “hacer cualquier cosa”.
Además tiene fotofobia y mira la tele “con gafas de sol”.
Esta onubense, que
preside la asociación Altea,
no convive con ningún producto químico –en su casa no hay y su familia y
visitantes no pueden usar, por ejemplo, colonia-. Consume únicamente
comida biológica y 15 días al mes se ve obligada a ausentarse a una casa de la
sierra y vivir separada de sus familiares. Y la distancia con parte de la
familia es enorme: “Dos hermanos no me hablan porque no entienden lo que me
pasa”. Tampoco comprenden que no se pueda hacer cargo de sus padres.
Temor
a la operación
Cristo dice haber vivido toda su infancia enferma: “No
sabían que me pasaba”. De pequeña sufrió una intoxicación por hierro y más
tarde fue diagnosticada de asma por alergia, pero se daba cuenta que cuando
vivía rodeada de plantas y flores era cuando mejor se encontraba. Asegura haber
sufrido un auténtico “calvario” hasta conseguir ser diagnosticada. Pero sus
dificultades no acaban ahí. Sus problemas con la vesícula la obligan a pasar
por el quirófano, pero la operación se ha pospuesto dos veces. “Los médicos
están asustados”, afirma Bejarano. A parte del protocolo hospitalario -alejado
de zonas con químicos- que requiere, asegura que los facultativos no saben cómo
va a reaccionar Cristo a la anestesia y a otros medicamentos.
Ella, igual que
muchas otras afectadas, pide que se incluya la SQM en el nuevo CIE
(clasificación internacional de enfermedades). También la barcelonesa Elena
Ferrer, cuya historia se relata en el vídeo, cree que los casos de SQM irán a
más. Miembro de ASQUIMIEM,
Ferrer lleva una vida totalmente alejada de los tóxicos.
Intoxicación en
la peluquería
“Me pones delante una prenda lavada con jabón de Marsella y
no duro ni dos horas”, asegura María J. Roldán. Es valenciana y aunque se ha
criado en Reus vive en Vinarós. Enfermó por contaminación de DDT y tiene los
“organofosforados de los tintes” de la peluquería que regentaba en Reus:
“Trabajé durante 13 años con mascarilla y guantes”, relata. Marieta, dice
ser una de las primeras diagnosticadas de fibromialgia. También padece
Sensibilidad química y fatiga crónica, en todos los casos de forma severa. Pero
no está sola en casa: su marido también tiene SQM.
Cuando está en contacto
con alguna sustancia que le ha hecho daño –un ambientador o un perfume, por
ejemplo- se “desprograma” y se queda “sin fuerza en las piernas”. Por eso son
habituales las caídas - y más teniendo en cuenta que ha sufrido dos parálisis
completas-. En ocasiones no reconoce a la gente por la calle.
A pesar de todo reivindica que, en la medida de lo
posible, las afectadas deben intentar vivir con normalidad. Por lo menos es lo
que intenta cada día: “Aunque me encuentre mal hago el esfuerzo de levantarme”.
Eso sí, afirma que tiene “controlados” todos los lugares a los que va. Aún así,
lamenta no poder ir al teatro o al cine.
Mayor gasto sanitario
Marieta,
que se ha movido mucho en el terreno asociativo y es miembro de AFCYSQUIM,
se queja del gasto sanitario que supone para las afectadas y de que en este ámbito:
“No te atienden, no te informan, no te cuidan y encima te culpan”. También
lamenta que no se investigue más este síndrome a pesar de ser “la pandemia del
siglo XXI”. En este sentido se posiciona el doctor Joaquim Fernández-Solà,
quien atiende a afectados en su consulta privada: “No nos dejan atender estos
casos en la seguridad social”. También explica que este tipo de dolencias
generan conflictos laborales, por lo que se opta por darle la consideración de
“problema psicológico”. Los enfermos se ven obligados a recurrir a la vía
judicial. En la actualidad, existen varias sentencias favorables al
respecto.
La unánime reivindicación de todos los afectados por SQM, a
parte de una mayor comprensión y consciencia social de los peligros de los tóxicos,
es que haya más médicos formados para poder tratar esta dolencia. También piden
que se creen unidades específicas con el fin de que todos los afectados puedan
ser diagnosticados y tratados. En este sentido, Bejarano recuerda la
importancia de diagnosticar cuánto antes para que “con un control ambiental” se
pueda evitar que la enfermedad vaya a más y la persona pueda llevar una vida
“lo más normal posible”.
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